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Política Feminista o, el doctor Bebé

 2,99

Con su habitual estilo ligero y humorístico, mientras aborda los temas más pesados, Pocaterra utiliza este ‘novelín’ para describir la relación entre hombres y mujeres a principios del siglo XX, en la ciudad provincial de Valencia, Venezuela. De esta manera, da dirección a los movimientos feministas en su país de nacimiento y más allá. Sus personajes exploran las diversas formas en que podemos vivir juntos, las citas, el matrimonio, las relaciones casuales y los problemas que surgen de las diferencias de clase y educación en una pareja.

Los libros de Pocaterra sobreviven al tiempo. ¿Ha cambiado algo desde entonces en la forma en que nos dirigimos a nuestro amado y le hacemos saber que estamos interesados en algo más? ¿Los institutos de gobierno, el estado y nuestra cultura nos permiten explorar las libertades que adquirimos más que entonces, o todavía estamos atrapados en los mismos problemas de pareja que han plagado las relaciones durante siglos? Vale la pena averiguarlo.

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(libro de bolsillo)

José Rafael Pocaterra

periodista, escritor, activista político

José Rafael Pocaterra vivió en Venezuela en la primera mitad del siglo XX. Fue un periodista, escritor y activista político que luchó contra las dictaduras de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez en Venezuela. Durante ese período, pasó varios años en prisión, incluso en la infame prisión de la Rotunda. Posteriormente, en 1929 participó en el fallido intento de golpe, la denominada expedición “Falke”, organizada por el general Delgado Chalbaud, a quien había conocido en la cárcel.

En 1939 se convirtió en ministro de Comunicaciones bajo el gobierno de Eleazar López Contreras, y luego ocupó diversos cargos de embajador. Tras el asesinato de Carlos Delgado Chalgaud en 1950, renunció a su cargo de embajador en Estados Unidos. Falleció en Montreal en 1956.

A lo largo de su vida y sus viajes, siguió escribiendo. Su obra más famosa son sus memorias, así como una serie de cuentos en estilo realismo social sobre la vida en Venezuela, muchos de los cuales se centran en su ciudad natal de Valencia.

Extracto del libro

Todavía a las tertulias de las Belzares iban los de costumbre, aunque ya muy mermadas sus relaciones. En Valencia no se halla qué hacer de noche: por eso las amistades perduran y se hacen consuetudinarias; y cuando en la torre da el lánguido doble de las nueve por el descanso de las benditas ánimas, las calles rectas y largas de la ciudad adormecida apenas recogen el eco de un paso apurado: un hijo de familia retrasado, algún marido que fue a la botica, quizá alguien de malas costumbres que sale a esa hora. Las Belzares no contaban seguramente las mismas relaciones de sus buenos tiempos. Carmen y Josefina sabían algo de costura, bordaban disparates y sus vidas corrían paralelas a los monótonos días de provincia. La última era la más espiritual de la casa: a los once años regresaba de la escuela seguida de sus “conquistas” y llamaba “groseros” a los requebradores de esquina; siendo menor, ella aconsejaba a su hermana Carmen Teresa, a quien una timidez natural sólo le permitía acompañarse en la guitarra canciones alusivas.

Misia Justina, viuda auténtica, hacía trece años que se dormía durante las visitas, bajo el mismo cuadro de “Los diferentes estados de la edad del hombre”, en su mecedor de Viena. Bella, la mayor, que a los treinta y siete era muy recatada, mientras sus hermanitas cuchicheaban con los novios en las ventanas, continuaba impertérrita un tejido de soles de Maracaibo que nunca terminaba, como una alegoría del Pudor velando por la Familia. Muy poco amiga del matrimonio, a su decir, una señorita digna no debe casarse por casarse, sino escoger muy bien el hombre que pueda hacerla feliz, y entre contraer un mal enlace y quedarse, prefería esto último. — ¡Y no es por falta…! — añadía con tono enigmático misia Justina.

Verdaderamente, se hablaba en familia de lo prendados que habían estado de Bella un inglés de la luz eléctrica, el sobrino de don Manuel Salvarsán, Luis María, y el padre Benítez antes de ordenarse. Pero ella los había despreciado. Había que oiría: — |Dios mío! Quién se casa con un extranjero: un hombre que no profesa nuestra religión; salen muy buenos maridos, es verdad; pero, como dice el señor vicario —agregaba ruborizándose—, un padre debe enseñar a rezar a sus hijos; y Luis María ¡el pobre! no sabe cuándo casarse, el negocio no le da, y tiene sus cosas… — Del padre Benítez, por respeto religioso, nunca decía nada. Se contentaba con suspirar recordando otras épocas en que, acompañándose a la guitarra, él rompía con su hermosa voz de barítono:

Que el bailar y no arrimarse
es comer el pan a secas.
A la jota jota,
las niñas que quieren,
cuando van bailando
de gusto se mueren…