Memorias de un Venezolano de la decadencia II.1
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El tercer libro de las Memorias de Pocaterra es el diario de prisión de sus tres años de estancia en La Rotunda, la cárcel de presos políticos de Caracas. El principal objetivo que tenía Pocaterra con este libro era sacar a la luz los horrores de La Rotunda en apoyo de la oposición al régimen de Gómez en países extranjeros. Lo hace compartiendo la historia de su propio encarcelamiento y el de muchos de sus compañeros de prisión, el motivo de su encarcelamiento y lo que sucedió con ellos en la cárcel, a medida que encuentran formas de lidiar con su situación.
Las condiciones en La Rotunda fueron particularmente espantosas. Los prisioneros fueron confinados en pequeñas celdas con cortinas clavadas a la entrada, la tuberculosis y la disentería corrieron desenfrenadas, y los que sobrevivieron fueron asesinados por arsénico agregado a su comida o bebida. Ninguno de los prisioneros había sido juzgado. No se les permitió comunicarse entre sí. Si este libro nos llegó, es simplemente por el coraje y la inventividad de Pocaterra y sus compatriotas. Sin embargo, La vergüenza de América es más que un panfleto político humanitario: el autor continúa el análisis de la dictadura con la pluma afilada por la que lo conocemos.
Pocaterra escribió dos libros mientras estaba en la cárcel: La vergüenza de América, el libro ahora frente a ti, y La casa de los Abila, una novela de ficción que escribió para entretener a sus compañeros de prisión. Estos dos libros son las obras maestras de Pocaterra y clásicos de la literatura venezolana.
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(libro de bolsillo)
José Rafael Pocaterra
periodista, escritor, activista político
José Rafael Pocaterra vivió en Venezuela en la primera mitad del siglo XX. Fue un periodista, escritor y activista político que luchó contra las dictaduras de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez en Venezuela. Durante ese período, pasó varios años en prisión, incluso en la infame prisión de la Rotunda. Posteriormente, en 1929 participó en el fallido intento de golpe, la denominada expedición “Falke”, organizada por el general Delgado Chalbaud, a quien había conocido en la cárcel.
En 1939 se convirtió en ministro de Comunicaciones bajo el gobierno de Eleazar López Contreras, y luego ocupó diversos cargos de embajador. Tras el asesinato de Carlos Delgado Chalgaud en 1950, renunció a su cargo de embajador en Estados Unidos. Falleció en Montreal en 1956.
A lo largo de su vida y sus viajes, siguió escribiendo. Su obra más famosa son sus memorias, así como una serie de cuentos en estilo realismo social sobre la vida en Venezuela, muchos de los cuales se centran en su ciudad natal de Valencia.
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Cuentos Grotescos
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Política Feminista o, el doctor Bebé
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Gómez, the Shame of America
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Integración Venezolana
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Grotesque Tales I
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Grotesque Tales V
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Extracto del libro
Y el hambre, se enseñorea. Un silencio, el “vasta silentio” de Tácito cuando describe a Roma en los funerales de Germánico, y que los “orfebres” le asignan a los leones lugonescos, pasa por horas y horas y horas… Las palomas se bañan; toman el sol; revuelan; fornican.
Es insoportable esta visión de libertad, de frescura, de amor. Tendido en el suelo, miro al techo, la media bóveda donde la humedad y los remiendos simulan mapas, rostros, obscenidades… Danzan los relieves de la lechada, se mezclan, se tornan jeroglíficos… Endecasílabos resonantes se me fabrican a la fuerza. No quiero hacer versos y los hago; las rimas consonantes me pegan como martillazos gemelos… Es la idea de esa “Canción del Hambre” que me puse a componer por humorada y que ahora la realidad torna obsesión…
¡Oh, enamorada pálida del triste
hermana del dolor y de la herida,
estéril prometida…
que mi beso de amor jamás quisiste!
De afuera, oigo que Lara, en alta voz, comunica recetas de cocina suculentas, atormentado por la debilidad:
“se coge la sartén y se tiende a fuego lento, una buena capa de mantequilla; luego se echa, mezclándose con queso rayado, parmesano, la primera tanda de macarrones…
Algunos gritan aquí y allá:
— ¡Cállate!
— ¡No atormentes atormentándote!
El sigue, pausado, con voz profunda:
“Ahora para preparar la verdadera olleta de pato: se coge el pato…
Hace ya tres días que, materialmente, no como. El poco de arroz que viene flotando en salmuera es apenas un “precipitado”. Y los malditos versos siguen cantándome en el fondo del cráneo:
… por fin hasta mí vienes,
a lo profundo de mi celda oscura,
a juntar tu amargura a mi amargura
y a oprimirme las sienes…
Pasa, ven a posar sobre mi pecho
tu frente en fiebres de locura ardida.
Entra esta noche a compartir mi lecho;
toma en mi sangre tu ración de vida…
Y el famélico Lara, como desde muy lejos –así la debilidad háceme escucharle– explica en este momento:
“La carne blanca del pavo no se debe preparar con dulce; se le riega vinagre, con alcaparras y almendras; es la lonja negra la que se une al relleno…
Las palomas aletean. Como nadie tiene “extras”, ni aun la cáscara de los frijoles queda: se come todo; la película resistente como un “waterproof”, la concha misma de las bananas… Y los animalitos picotean entre los ladrillos a la puerta de las celdas, donde algunos granos de arroz han quedado. Lara continúa, implacable:
“y se le pone vino blanco, aceitunas, pasas, nueces del Brasil, revolviendo eso con picadillo de molleja…”
Salto, como un tigre a la cortina. Sin esfuerzo, con una destreza de la que me sorprendo yo mismo, deslizo la mano bajo el trapo y en un relámpago la retiro trayéndome un aletear tibio, un debatir desesperado de plumas. En un segundo pasa todo. No son manos las mías, son zarpas… Estrangulo el animalito, y cuando ya sus alas caen, fláccidas, y el ojo de acero y coralina se esconde bajo un párpado lívido, con el corazón que se me sale del pecho, observo hacia el patio. Nada; nadie… Voime al fondo del calabozo y en minutos dejo implume el ridículo cuerpo del ave hermosa. Desde esta tarde, poco a poco, botaré las plumas, mojándolas, ocultas, en el fondo de la horrura…
Mi estómago se contrae. Aquella carne blanca, tibia, surcada de venas azules y salpicada de puntitos rosa… Con las uñas, con los dientes, secciono las alas, los muslos; arráncole los intestinos, la limpio lo mejor que puedo, devoro en crudo todo lo comible del animalito y lo que oculto, para arrojarlo fuera del calabozo, es una piltrafa, un colgajo de piel correosa que no se puede deglutir…
Al otro día, comí lo restante.