Integración Venezolana
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Integración Venezolana es una colección de discursos pronunciados por José Rafael Pocaterra durante su etapa como senador, alrededor del año 1938. Es su respuesta a la pregunta de su tiempo: ¿cómo unir un país después de años de dictaduras andinas brutales? Responde a sus críticos, que lo acusan de discriminación contra los estados andinos con una declaración clara:
“Un pueblo que no sabe de unidad, no sabe de libertad”
Como tal, suplica no olvidar ni perdonar, sino recordar y mantener viva la historia de esos últimos cincuenta años de dictadura, para que las atrocidades cometidas no vuelvan a suceder. A lo largo de estos discursos, como siempre, su pluma está al servicio del pueblo unido de Venezuela.
En 1938, año al que se refiere este libro, Pocaterra fue presidente del Senado de Venezuela, uno de los diversos cargos que ocupó tras la muerte del dictador Gómez. En su carrera política se nos recuerda que aunque fue un activista valiente y un político activo, siempre fue, ante todo, un escritor e intelectual de lengua afilada, que nunca dudó en hablar en contra de lo que él consideraba estupideces o críticas hacia su persona. Integración Venezolana recoge sus mejores discursos y su visión sobre el tema más importante del momento: cómo unir al país después de años de dominio militar.
Como nota final recordamos aquí el apodo elegido por Pocaterra a lo largo de sus años de activista, que esperamos lo incite a usted a leer sus textos con amor, pero con sospecha: Der Teufel, el diablo. Quizás este pseudónimo era más fiel al carácter del autor de lo que le gustaría admitir.
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(libro de bolsillo)
José Rafael Pocaterra
periodista, escritor, activista político
José Rafael Pocaterra vivió en Venezuela en la primera mitad del siglo XX. Fue un periodista, escritor y activista político que luchó contra las dictaduras de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez en Venezuela. Durante ese período, pasó varios años en prisión, incluso en la infame prisión de la Rotunda. Posteriormente, en 1929 participó en el fallido intento de golpe, la denominada expedición “Falke”, organizada por el general Delgado Chalbaud, a quien había conocido en la cárcel.
En 1939 se convirtió en ministro de Comunicaciones bajo el gobierno de Eleazar López Contreras, y luego ocupó diversos cargos de embajador. Tras el asesinato de Carlos Delgado Chalgaud en 1950, renunció a su cargo de embajador en Estados Unidos. Falleció en Montreal en 1956.
A lo largo de su vida y sus viajes, siguió escribiendo. Su obra más famosa son sus memorias, así como una serie de cuentos en estilo realismo social sobre la vida en Venezuela, muchos de los cuales se centran en su ciudad natal de Valencia.
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Extracto del libro
Hay que descongestionar las ciudades; es menester que Venezuela queme rozas y siembre y tale y muela y coma: es necesario que cese la pugna inútil de los polemistas ociosos en las ciudades de la ociosidad, ¿a qué crearnos, tras la tragedia del mito del Cacique, la tragedia del mito del “piache”, del brujo curandero, que ahora se le llama “técnico” o en nombre de un “proletariado”, que está creando otros mitos con su devoción o con su aversión?
Y tú el pobre y el triste y el perseguido que formaste en las huestes de ayer y que me estaras oyendo, y que estas imaginando de tu silencio; y tú, el hombre de partido o de sector, que por espíritu de lucha hubieras querido que todo se ajustara a la medida de tu propaganda, buena o mala —¡pero propaganda al fin!— ¡y tú, oh tú, el indiferente! la masa neutra, la verdadera, la formidable fuerza de gravitación en el giro de los intereses —todos los que sepan oír y tengan la buena te en repetir— vengamos a cuentas claras y a nociones cabales: de los diez u ocho o seis puntos en que pudiéramos estar de acuerdo todos —izquierda y derecha, centro, pasado o presente, o lo que sea— y en lo que sin embargo no estamos, y cada día los desvirtuadores sistemáticos de la tolerancia viril hacen más incompatibles —tengamos dos, tengamos uno—, uno siquiera—, en el que podamos basar nuestra común aspiración: vamos a la mayor libertad por la línea de menor resistencia: trabajemos sobre la base de esa unión, que preconizada oficialmente e invocada ante la expectación nacional, como una fórmula decorosa de unidad que invoca hasta el nombre de quien se despojó de la vida, en el trance de su destino, “para que cesen los partidos y se consolide la unión”, los que curtidos por la lucha y autorizados por el sacrificio; los que aspiran a justificar o a enterrar responsabilidad en el seno de la venezolanidad unigénita, del nacionalismo integral —falange trabajadora con sus manos; la de la oficina, la del taller y la del predio —la de la soga y la azada, la del conuco y la escuela— gente andina de los Andes Venezolanos, vamos a consagrar esta vez nuestro derecho a la libertad por la unidad; a medir nuestro derecho paralelo a nuestro deber. Y sobre todo y por encima de todos los otros, ese en que estamos desde el sacerdote hasta el laico y desde el Primer Ciudadano de la República en Miraflores hasta el último gañán en el último sendero la tierra remota, ese en que estamos de que un mañana la voz del poder absoluta e incontrastable no nos repita la sentencia tremenda: “se ensoberbecen en el motín y se humillan en las cadenas”…
Me despido esta noche de esta tierra del Táchira, y en ella dejo dicho cuanto esta mañana escribí, para aquí leerlo y sentirlo junto con ustedes: no es obra mía ya; es cooperación de ustedes lo que queda por hacer.
Y cuando ya no sea mi nombre sino el mero recuerdo de algún acto cultural que fué en un pliegue de la veste de piedra de los Andes Americanos, en esta Villa que lleva el nombre del santo formidable y simple a cuyos hombros un Dios pasó la corriente de un río, quede esta lámpara escondida. Y cuando algunos años y otros hombres hayan llevado a fábrica lo que ahora es cimiento, y salgan de esta montaña y vuelvan a ella, en la doble circulación venosa y arterial de la Patria Grande las corrientes más puras de la sangre venezolana, no olviden que si alguna parcialidad hubo de mi parte esa estuvo ayer, está hoy y estarás siempre del lado de los que tienen hambre y sed de justicia, ya que padecimos persecuciones por ella, y debemos siempre estar dispuestos a padecerlas; pero no como agentes provocadores desde la calle o desde el poder, sino de una manera sobria, consciente y se serena con la que nos defendamos de todos sin atacar a nadie, y que estaría dispuesta a atacar a todos y a todos si una crisis de locura nacional pretendiera por el asalto, sembrando desconfianzas y anarquizando voluntades, poner en marcha sobre el plantío recién sembrado su camión con hombres armados al volante y repleto de robos civiles y de contrabandos sociales.