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Oculta tu rostro

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Un día lluvioso de mayo, con el cielo totalmente a oscuras en pleno mediodía, como si de pronto hubiese caído la noche sin darme cuenta, me encontraba en la oficina del legendario impresor de libros Luis García, leyendo un extraño ejemplar –en su estructura y forma– titulado Teoría de las despedidas.

Mientras afuera la tormenta se tornaba inclemente, di gracias al cielo, o al escritor, por esa otra lluvia que pasaba ante mis ojos, a ratos en gotas, a veces menuda o bullanguera como la que caía sobre Valencia.

Un mosaico de una ironía fina y deliciosa como la de los diálogos entre Platón y Sócrates,  formado por duras y luminosas piedras: el amor, la muerte, el oficio antiquísimo y temido del cirujano. La libertad, la tristeza y  tres temas que han sido siempre tan resbaladizos como una piedra recién humedecida por una lluvia pertinaz: Dios, la belleza y la verdad.

Sobre las teorías, sobre los puntos de apoyo; sobre los consensos y falsos disensos y sobre un personaje tras cuya muerte nos quedamos más solos. Piedras sólidas sobre las cuales el mismísimo Dios se ha detenido para encontrarse repartido en mil retratos.

A cabo de una décadas se nos hace inevitable echar una mirada a lo que hemos escrito, gesto que invariablemente se acompaña de injusticias para con nosotros mismos, en la medida en que leemos, a veces con un asombro que nos impide reconocer nuestra voz envejecida, otras, abrumados por lo que consideramos excesos estilísticos, defectos, abusos, omisiones, en fin, siempre como avergonzados de una tarea que se nos fue imponiendo sin que nos percatáramos a tiempo.

Todo nuestra producción es breve, no por coqueteos estilísticos (que no faltaron), no por mezquindad, aunque eso lo dirá mejor el lector, sino por la incapacidad de abarcar temas que en su momento parecieron serios en grandes espacios textuales. Esa característica nos facilita recoger textos de Equivalencias, Fragmentos Sublunares y También el Humo tiene su Forma, en este volumen que ahora dejamos en manos del lector, siempre confiando en su indulgencia, siempre esperando que la palabra secreta que hemos escondida sea leída por quien sabemos nunca estará presente.

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(libro de bolsillo)

Guillermo Cerceau

escritor, consultor

Guillermo Cerceau (Argentina, 1957) es consultor especializado en nuevas tecnologías. Ha trabajado durante veinte años en el mundo empresarial, primero como consultor independiente y luego, en KPMG, durante casi 11 años, donde alcanzó el puesto de CIO para Venezuela. Actualmente investiga ciudades, migraciones, cambio climático y tecnologías avanzadas como AI, VR, AR y las llamadas “Smart Cities”.

writer, consultant

Guillermo Cerceau (Argentina, 1957) is a consultant specialized in new technologies. He has worked for twenty years in the corporate world, first as an independent consultant and then, at KPMG, for almost 11 years, where he reached the position of CIO for Venezuela. Currently researching cities, migrations, climate change, and advanced technologies like AI, VR, AR and so-called “Smart Cities”.

Extracto del libro

Estas palabras

Estas palabras, cuando son dichas a la luz del día, entre los extraños con quienes hacemos negocios, no poseen más sentido que el de la pura utilidad, de tal manera que toda reminiscencia a la que pudieran dar lugar, toda connotación que no esté directamente emparentada con el asunto de marras, simplemente no es escuchada o, a lo más, sólo pasa como un simple adorno. Es la visión ingenua que tienen los escolares de la retórica.

Cuando estas mismas palabras se pronuncian con la mirada fundida en los ojos del otro, en la oscuridad de un parque desolado o en cualquier lugar en el que lo cotidiano luzca fuera de contexto, entonces se cargan de un misterio que tal vez no posean en las intenciones del que habla, pero al que no pueden renunciar.

Todo se carga de sentido, de muchos, de infinitos sentidos. Estas palabras, antes inocentes, se tornan peligrosas, porque pueden llegar a decir cualquier cosa: algo en lo que ni siquiera hemos pensado, o incluso su reverso absoluto.

Hay que hablar a plena luz del día, hay que conservar siempre un tono de cierta indiferencia, hay que cuidarse como de la peste de cualquier énfasis que no esté estrictamente asentado en el sentido literal; por sobre todas las cosas, se deben evitar esas fulguraciones con las que nos traiciona la mirada.